sábado, 2 de octubre de 2010

Horacio y Amador III

La suficiencia del pan


H: Amador, creo que no hay nada que acompañe mi café.
A: Hay pan.
H: Bueno, pero ¿qué le pongo al pan? ¡Si no hay nada!
A: Pero hay pan.
H: Amador, ¿de dónde sacás tus ideas? ¿De esos libritos que leés? ¿Cómo vas a pretender comer pan sin absolutamente nada? El pan es el sustrato en forma pura por antonomasia. Es un receptor de gustos. Es como si me pidieras que aprenda matemática con un pizarrón en blanco. Vamos, Amador, ¿o vos pensás que Jesús multiplicó los panes y los peces para que unos comieran peces y otros panes? ¡No, Amador, todos se hicieron unos sandwichitos de pescado! Date cuenta que hay tres comidas que no son autosuficientes: el arroz, los fideos y el pan. Cualquiera de ellos, en soledad, representa a la angustia misma. Y si la comida da angustia en vez de sacarla, entonces, Amador, no te quiero nunca como legislador gastronómico: cometerías una masacre a nivel planetario.
A: Bueno, calma, Horacio. Aún queda un poco de azúcar.
H: ¿Pan con azúcar? ¡Pero qué miseria! Además, si le pongo el azúcar al pan, ¿qué le pongo al café?
A: Bueno, acordate del Chucker que nos regalaron el año pasado.
H: A ver, Amador, ¿vos querés que yo caiga en el empobrecimiento cualitativo de mi café y en el pauperrísimo estado de comedor de pan con azúcar?
A: Pero, Horacio, decime: ¿a vos te gusta el café?
H: Y, ¿qué te parece?
A: Y te gusta el pan, ¿no?
H: Cuando viene con algo que le dé sabor, sí.
A: Bueno, si te gusta el gusto del café y también el pan con sabor, mojá el pan en el café así le agarra su gustito y todos contentos, che.

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